Ante el deseo de los dolientes por inmortalizar al fallecido, los trabajadores funerarios aceptan la solicitud de preservar el recuerdo del difunto mediante prácticas funerarias. En este encuentro de dos mundos, los trabajadores del sector funerario son testigos del dolor de los otros ante la muerte del otro, provocando que, de manera contenida y disimulada, se encubra el propio sentir ante las emociones de los familiares del difunto. La dinamización de movimientos afectivos personales exige enmascarar el carácter drenante de su profesión en un intento por mostrarse capaces de lidiar con la muerte y el dolor de los otros. Estos profesionales precisan de un semblante ajustado a las demandas y las expectativas del mundo externo, manteniéndose al margen de experimentar la conmoción a puerta cerrada.